¡Y Zas!, ¡deseo concedido!
Erase que se era hace mucho, mucho tiempo, (así como dos meses no vamos a exagerar tampoco). En una lejana tierra situada en la zona meridional de la península ibérica concretamente en la antigua, digna y bella Hispalis, anteriormente conocida como Isbiliya; vivía una princesa malvada junto a un pirata bueno y un grumete bribón en un modesto palacete hipotecado como mandaba la tradición. A la infanta, que era un poco vaga, le gustaba la llegada del invierno, fundamentalmente para holgazanear en el sofá frente a la chimenea saboreando buenos libros. Solía disfrutar del los pocos días de lluvia que este territorio le brindaba, con regocijo y algarabía; así que no fue de extrañar que al llegar las primeras aguas en febrero exclamara aquello que decía Eliza Doolittle en Pigmalión : “¡La lluvia en Sevilla es una pura maravilla!”. Los días fueron pasando mientras las borrascas se sucedían día si, día también. En marzo el alborozo, dejó paso a la melancólica tristeza que colon